A lo largo de la vida, encontramos a muchas personas que nos prometen amor, pero pocas que lo ofrecen de forma incondicional. La presencia de alguien que solo desea tu felicidad, sin pedir nada a cambio, es un tesoro que a menudo no valoramos hasta que lo perdemos. Este es un tipo de amor que no solo es raro, sino sagrado, y la peor traición no es romper un corazón, sino hacer llorar a esos ojos que te miran con pura benevolencia.
El error más doloroso no es simplemente causar daño, sino la conciencia de que esa persona era un refugio seguro, y tú te convertiste en su tormenta. Ese arrepentimiento te persigue, porque sabes que la tristeza que causaste no vino de la malicia, sino de la falta de apreciación. Y la lección más amarga es que, a veces, la felicidad que buscamos está justo frente a nosotros, y la destruimos con nuestras propias manos, dejando atrás un vacío que nunca se llena.
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