Hay un coraje inmenso en la idea de que podrías enfrentarte al mundo entero por alguien a quien amas. Es el instinto de proteger, de luchar y de defender una historia que crees que merece ser salvada. Sin embargo, la vida nos enseña que las batallas más difíciles no se libran contra enemigos externos, sino contra la voluntad de una persona.
Cuando un corazón ha decidido marcharse, tu fuerza, tu lealtad y tu amor se vuelven inútiles. Te enfrentas a una fuerza que no puedes controlar ni vencer: una elección personal. En ese momento, el acto más valiente no es seguir luchando, sino levantar la bandera blanca, no por debilidad, sino por respeto a esa voluntad y, sobre todo, a tu propia dignidad. Es la rendición más dolorosa, pero también la más necesaria para poder, eventualmente, encontrar la paz.
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