“Si estás esperando que te escriba, yo también espero lo mismo de ti.” Esta frase refleja uno de los momentos más comunes en las relaciones: el silencio que se alarga porque ambos esperan que el otro dé el primer paso. No es falta de palabras, es exceso de orgullo.
Muchas veces, el amor se enfría no porque se haya acabado, sino porque nadie se atreve a romper la barrera del ego. Cada uno espera la señal del otro, una palabra, un gesto, un mensaje que nunca llega. Y así, lo que pudo resolverse con una simple conversación se convierte en distancia y, finalmente, en ausencia.
El silencio compartido puede ser tan fuerte como un grito. Puede doler más que una pelea, porque detrás de él hay sentimientos guardados que nunca se expresan. La lección es clara: si realmente importa, hay que atreverse a hablar. Porque esperar eternamente a que el otro actúe solo deja espacio para la duda, el vacío y la pérdida.
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