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El amor verdadero no siempre se mide en lo que somos capaces de dar o recibir, sino en la madurez de reconocer cuándo es momento de apartarse. Dejar ir no significa dejar de amar, significa comprender que la libertad del otro también es una forma de respeto hacia uno mismo.
Cuando decimos adiós desde el amor, lo hacemos sin rencores, sin cadenas y sin reproches. Entendemos que cada persona tiene derecho a vivir su propia esencia, incluso si esa esencia ya no encaja con la nuestra. Mi último acto de amor fue soltar, dejar en paz, permitir que seas tú sin la carga de mi dolor, y al mismo tiempo protegerme de seguir siendo herido.
El acto de soltar es, en realidad, un acto de amor propio: un recordatorio de que merecemos paz, serenidad y la oportunidad de sanar. No se trata de huir, sino de elegir el camino más digno para ambos. Porque amar de verdad no es retener, sino dejar que el otro florezca, aunque sea lejos de nosotros. Al final, lo que permanece no es la pérdida, sino el aprendizaje de que el amor sano siempre incluye libertad y respeto.
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